Juventud y Corrupción
Hace poco publicamos una nota sobre la necesidad de educar en la lucha contra la corrupción desde la infancia, para crear un cambio cultural en la sociedad. Para que niños y niñas encuentren una alternativa diferente a la aprehendida con respecto a las prácticas corruptas en la vida cotidiana.
Continuando con el análisis efectuado, podríamos circunscribirnos ahora al ámbito de la gran masa juvenil, ya que los jóvenes tienen el potencial de transformar la realidad actual y conseguir un impacto duradero como líderes del futuro y ciudadanos del presente construyendo un mundo sin corrupción.
Lograr que los jóvenes de un país participen activamente en estas iniciativas constituye una oportunidad única para que los gobiernos perciban su obligación de crear sociedades basadas en la ética y la integridad, en lugar de la corrupción y el abuso.
La integridad, al igual que la corrupción, se aprende. Lamentablemente, en muchos países la corrupción ha sido tolerada durante generaciones. En muchos casos, la corrupción se encuentra institucionalizada y arraigada en la sociedad de un país, y esto impide distinguir la diferencia entre la corrupción como un problema y como simplemente “el modo normal de hacer las cosas”.
Por lo general, la corrupción afecta a los jóvenes en muchísimos ámbitos, como estudiantes, activistas, ciudadanos, trabajadores, clientes y votantes. Jóvenes que probablemente enfrentan diariamente hechos de corrupción (aunque sea que estemos hablando del más mínimo favor que reciben a cambio de algún beneficio dado a la otra parte, o viceversa), y lo consideran, justamente, el modo normal de hacer las cosas.
Pero así también, los jóvenes por lo general, son quienes muestran una mayor predisposición a las transformaciones a gran escala e interés en llevarlas a cabo, por su ímpetu, fortaleza, creatividad y, sobretodo, esperanza. Generalmente son ellos quienes cuestionan y modifican el sistema, siendo este el modo más eficaz de poner fin a la corrupción.
Pero, cuando nos trasladamos al ámbito universitario, son muy pocas las posibilidades ofrecidas de formación en la lucha contra la corrupción. A modo de ejemplo, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, se ofrece solamente un curso de posgrado independiente de 30hs de duración “La Convención Interamericana contra la Corrupción y la Ética”; y si nos trasladamos al ámbito privado también hay escasez.
Al acercarnos al departamento de Posgrados de la Facultad de Derecho de la UBA, nos dijeron que las posibilidades ofrecidas se basan en las ofertas que ellos reciben por parte de los docentes, no de la demanda. Es decir, que si se quiere lograr una masa de jóvenes concientes y que participen en las reformas, es necesario que estas actividades dejen de depender de la oferta por parte de las instituciones educativas, y pasen a estar impulsadas por la demanda o incluso si se quiere, por la necesidad de una sociedad más honesta, que exige que se comprenda lo que significa para una sociedad que en ella exista corrupción.
Las intenciones que apuntan a la participación y el desarrollo de los jóvenes responden a la idea de que estos desempeñan un rol fundamental en la movilidad y el cambio social, pero ello requiere también un amplio espectro de intervenciones destinadas a promover esa participación.
Estos jóvenes son importantísimos componentes de la sociedad, y claramente sobre ellos debería intentarse implementar la moda de la lucha contra la corrupción, ya sea para que puedan detectarla y combatirla diariamente y en forma automática, o porque serán futuros padres y formadores de mentes.
Nuevamente, como ya se dijo muchas veces en el blog, uno de los requisitos fundamentales para la construcción de una nación transparente y democrática consiste en movilizar el compromiso de los ciudadanos con la lucha contra la corrupción.
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